lunes, 25 de mayo de 2009

Serrana


La corte del rey había enviado a una docena de sus mejores soldados para vigilar la zona oeste de las tropas enemigas. Los países vecinos rumoreaban sobre la invasión de los turcos. Se decía que atacarían por la zona oeste donde habitaban los poblados más pobres de las tierras. Llevarían unos pocos hombres para hacerse con el territorio, así avanzar hasta la capital, arrasándolo todo.


Al cabo de unos días llegamos a la zona donde se desataría la primera batalla. El poblado no se encontraba muy lejos de la zona donde acabábamos de acamapar. Por orden del rey no podíamos dar seña a los habitantes de nuestra llegada, pues nuestro objetivo era no levantar sospechas, pasar desapercibidos era lo primero. Pero no fue tan fácil llevar aquel mandato puesto que una noche de guardia mientras todos los reclutas dormían, decidí dar un paseo por aquel frondoso bosque y alejarme un poco del campamento. Allí en la cascada vi un cuerpo que captó mi atención pues serían las 5 de la mañana y me extrañaba que una persona normal pudiese darse un baño a tales horas. Ese ser pareció darse cuenta de que lo estaban observando así que nadó entre las aguas para cobijarse. En su desplazamiento pude ver gracias a la luna que era una mujer, una mujer muy bella de cabello muy largo de un color cobrizo. Me desprendí de todo lo que llevaba encima que me supusiese una carga hasta quedarme en ropas menores. Nadé hasta encontrarme frente a frente con ella. Parecía estar paralizada así que intenté tranquilizarla. Era realmente bella ,su piel era de un color mestizo, parecía una mujer de campo. Sus ojos eran profundos y me transmitían un deseo misterioso y mágico. Su cuerpo estaba completamente desnudo. Me cojió de la mano, supuse que ya no tenía miedo de mi y escuché su suave voz:


-Me llamo Ania, vivo un poco más arriba de la cascada, poseo una pequeña granja. ¿Cómo te llamas tú?-al formularme la pregunta una preciosa sonrisa dejó lucir unos hermosos dientes.


- Mi nombre es Philip soy uno de los soldados del ejercito del rey.-en ese momento me di cuenta de que había desvelado mi identidad de la que no podía decir nada.


Pero a ella no pareció importarle en absoluto, puesto que me volvió a sonreir una vez más. Esta vez sus pómulos eran más marcados y sus mejillas de un tono rosado. Dulcemente se acercó hacia mi y me acarició la cara suavemente. Entonces sentí un suave cosquilleo. Me deshice de la poca vestimenta que tenía y la atraje totalmente hacia mi. La acaricié y le besé en los labios ;sin aún evitar el contacto de mi boca contra su cara le susurré en un suspiro: “Ania

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya, vaya, vaya... pero si eres tú Ginebra...

No te veía desde...¿Desde que le pusiste los cuernos a Arturo con Lancelot? ... Ahora se ve más normal el por qué de tu relato, siempre fuiste muy fogosa...

Todavía no te he perdonado Ginebra, nada en el mundo va a hacerme olvidar.

Ten cuidado Ginebra, por que no seré clemente cuando nos veamos las caras, y pronto inglaterra necesitará cononar a una nueva reina...